Y el tiempo parece ser que tiene prisa. El transcurso de las horas se acelera.
Ya no recuerda esa sonrisa a las tantas de la mañana, buscando unos labios que la calmaran.
El frío invierno ha calado hasta el último hueso de su ser. Y, poco a poco, la nostalgia se deja ver
La cama no es escenario de nada, ni siquiera de un misero drama. Tan solo de un mar de lágrimas.
Ya nadie hace el amor entre esas sábanas.
Ya no hay caricias que sacien sus ansias.
Ya no hay noches de éxtasis donde les puedan las ganas.
Ni tiernos besos que hasta el último centímetro de su piel desgastaran.
Es testigo de un monólogo interno y solitario. De un mar de pensamientos desordenados. Con un café solo con tostadas a diario. De amaneceres rojizos y tempranos, con el vacío entre sus manos.
Imagina que vas de compras a buscar un modelo de zapatos que
te gusta mucho. Seguro que lo primero que harás es irte directo a la zona de
tiendas que conozcas. Aunque esas tiendas tengan chaquetas, gorras y cosas que
normalmente te llamarían la atención, tú sólo vas a por esos zapatos. Tienes
tantas ganas de tener ese modelo, lo quieres, lo necesitas y no te das cuenta
de que esa tienda tiene otras muchas cosas que podrían gustarte. Lo mismo
ocurre al buscar pareja, un grupo de colegas o a tu mejor amigo. Funciona exactamente
de la misma manera.
El hecho de buscar algo en concreto condiciona lo que vas a
encontrar y si vas directo a esas tiendas, te estarás perdiendo otras muchas
incluso con mejores precios. Y mientras buscas ese modelo de zapatos específico
puedes estar perdiéndote todas las gorras y chaquetas de tu alrededor.
Miguel de Cervantes dijo una vez ‘‘el que no
sabe gozar de la aventura cuando le viene, no debe quejarse si se pasa’’. Y yo,
personalmente, baso parte de mi vida en una analogía que bauticé como las ''puertas entreabiertas''. Aunque suene raro, cada vez que conozco a una persona me
imagino un número infinito de puertas delante de mí. Y cada una de ellas puede
contener algo distinto detrás: a lo mejor una nueva amistad, un lio de una sola
noche, quizá el amor de tu vida... No sé... Ese amigo especial que ni es amor
ni es solo sexo y no sabes muy bien cómo explicarlo. Porque entre el blanco y el
negro hay un sin fin de tonalidades de gris. Apuesto a que ya habías escuchado
esa frase antes.
Plantéatelo así, si sólo buscas un lío de una noche, quizá
te pierdas a ese amigo especial. Si te encierras a tener sólo amor, puede que
se te pase la mejor noche de sexo que hayas tenido jamás. Si sigues buscando sólo
amistad, a lo mejor no conocerás al amor de tu vida.
Creemos que todo lo que hacemos lo pensamos de una manera
racional y que nuestros instintos son cosa del pasado. ¿Tú te consideras una
persona racional? ¿Totalmente dueña de sus actos y de todo lo que hace?
Entonces, ¿fue decisión tuya asustarte o fue algo automático que no puedes
explicar? Ya. Son muchos los instintos que nos mueven todos los días. Muchos
los instintos que creemos no tener y que luchamos contra ellos. ¿Por qué no nos
guiamos más por lo que sentimos de manera irracional e inexplicable? Por las
mariposas, el nudo en el estómago y no por lo que pensamos o nos hace pensar la
sociedad podrida de prejuicios en la que vivimos. ‘‘¡Ah no! Yo es que se lo que
busco. Quiero una pareja que me cuide, que me mime, que valore lo que hago, que
me haga sentir especial...'' A ver, ¿hablamos de enamorarnos o estas pidiendo
una hamburguesa en un restaurante cualquiera? No sé. Que tal una vida donde
arrepentirnos de lo que hemos hecho y no de llevarnos el ¿y si...? a la tumba.
Gracias a dejar las puertas entreabiertas, a no prejuzgar,
no os podéis ni imaginar la cantidad de experiencias que he vivido y no sabría
ni como contarlas. ¿Sabéis cuantas veces me han mirado por encima del hombro y
me han dicho: ''Estas loco, esas cosas solo pasan en las películas...''? Les
puedo asegurar que eso no es verdad, y también os aseguro que ninguna de esas
cosas llevaba la etiqueta de ''es lo que se debe hacer'', ''será mejor para mi
futuro'', ''es lo que me conviene'', ''qué pensarán de mi si...''. ¿De verdad
es más importante toda esa basura que tu felicidad? Porque yo creo que no.
Recuerdo algo que escribí no hace mucho que decía: ''Explicar un sentimiento es
como entender la poesía. Tú tienes tu metáfora y yo, tengo la mía''. Lo que
quise decir con eso es que cada uno entiende lo que siente de manera distinta y
cada uno tiene puntos de vista diferentes incluso sobre una misma cosa. Pero a
mi parecer, para tener una opinión válida sobre algo, debes haberlo vivido
primero.
Quizá a muchos os suene esta escena: ''-Hijo, cómete la verdura.
-¡Mamá es que no me gusta!''. ¿Cómo sabes si te gusta si ni la has probado? ¿Sabes por qué tanta gente se rodea de la gente equivocada?
Porque dicen que no les gusta la verdura cuando jamás la han probado.
Se pasan
la vida buscando algo que piensan, sin darse la oportunidad de descubrir algo
que sienten.
Que te caigas mil veces y te levantes siempre una más.
Que te partas todos y cada uno de los huesos de tu cuerpo derrapando en este deporte de riesgo que llamamos vida. Y que merezca la pena. Espero que lo hagas y que quede claro que somos piedras que se pulen a golpes bajo la atenta mirada de quienes creen que en una de estas se romperán. Pero no se rompen. Espero que nada consiga partirte en dos.
Espero que recuperes tus pulsaciones y ganes el pulso otra vez. Que aprietes los dientes y le digas al mundo de reojo que sólo sabes caminar hacia delante y que si caminas hacia atrás es solo para recordarte que en peores plazas has toreado. Que aquí hemos venido a jugar. Que juegues. Que las cosas más fuertes son las que nacen en la adversidad.
Espero que saltes. Sí, que saltes desde la decimotercera planta de ese edificio llamado pánico a reconocer que te gusta. Que te den la vuelta a las cartas, que pierdas la partida, que ganes la jugada. Que te pillen el farol. Que te cambien las fichas por amaneceres que algún día contarás. Que merezca la pena.
Espero que te enamores. Y que duela. Que te enamores de esa clase de personas con complejo de lanzadera. De las que te hacen perder el vértigo a cambio de las vistas. Espero que le preguntes a las noches donde está ella y que no te sepan responder. Que no puedas dormir. Que salgas a buscarla. Que la encuentres. Que merezca la pena.
Espero que te pierdas. Que te pierdas en medio de un montón de personas a las que ni por casualidad hubieses imaginado conocer. Espero que dirigirles la palabra sea la única manera que tengas de salir de allí. Espero que salgas. Espero que encuentres a un amigo de verdad. Que lo conserves. Que merezca la pena.
Espero que llores. Que llores hasta salirte de ti mismo y los ejes de la tierra se den la vuelta. Espero que tu mundo se vuelque y que, una vez patas arriba, seas capaz de aprender a vivir boca abajo. Que boca abajo de repente signifique del derecho otra vez.
Espero que se te cierren las puertas. Todas y cada una de las que un día estuvieron abiertas en forma de probabilidad. Que tengas que elegir. Que encuentres la manera de abrir las ventanas y comprendas que la luz que entra en nuestras vidas no es sino aquella que nosotros dejamos que entre. Que vivir en la oscuridad nunca ciega, pero tampoco deja ver.
Espero que mires hacia arriba. Creyendo o sin creer. Que mires hacia arriba y des las gracias. Gracias por ti. Gracias por ellos. Gracias por todo. Gracias. Siempre gracias.
Espero que te vuelvas loco. Que encuentres eso que te mantenga despierto, que no te deje dormir hasta que no esté terminado. Que lo termines. Que sea tuyo. Que lo compartas. Que merezca la pena.
Espero que tires la toalla. Que te acorralen contra las cuerdas y por un momento pienses que nada puede ir peor. Espero que ese momento sea eso, un momento. Que seas tú y solo tú quien decida cuanto dura. Que te gires, que des la cara, que sigas peleando. Siempre peleando. Que siempre tengas un motivo por el que pelear. Que merezca la pena.
Espero que sigas yendo a ese bar. Que siempre tengas algo que contar. Que tengas algo por lo que brindar y que no te falte quien te recuerde que los que se han ido ya no están pero que los que se quedan, se quedan por algo. Espero que siempre tengas a alguien que te diga la verdad. Aunque duela.
Espero que te digan adiós. Y que lo digas tú también, queriendo y sin querer.
Espero que te equivoques tantas veces como puedas. Que puedas pedir perdón por ello otras tantas. Que te perdonen. Que siempre vuelvas a casa con una lección aprendida y la paz de quien sabe que el orgullo destruye más que crea y aleja más que acerca. Que te acerques. Que merezca la pena.
Espero que te rompan el corazón. En trozos muy pequeños. Tan pequeños que ni siquiera parezcan trozos. Tan pequeños que se confundan con el polvo. Espero que te agaches. Que los recojas. Que los vuelvas a encajar en lugares que jamás imaginaste que existirían dentro de ti. Espero que te sacudas las telarañas y los tengas donde hay que tenerlos para volver a hacer eso que todos necesitamos hacer tarde o temprano, confiar.
Espero que vivas.
Que sobrevivas. Y que merezca la pena.
Qué difícil es esto de que las cosas funcionen entre nosotros. Esto de querer contarte tantas cosas pero no ser capaz… Incapaz. Cobardes… Menudo par de cobardes. Qué difícil es disimular y darse media vuelta cuando te tengo de frente, cuando te tengo tantas ganas.
Cuánto nos ha gustado el melodrama, ¿eh? Ese en el que cuanto peor nos iba, más nos enganchábamos; sin saber realmente si la culpa de todo esto la tenía esa maldita intriga por saber, por conocer, por aquello que más ata cuando uno quiere pero no puede, o no debe.
Cuánto nos ha gustado jugar a franquear esa línea que cada vez se hizo más fina, una guerra en la que alguno de los dos acabó cediendo más de una vez por exigencias del guión… Un guión inexistente en el que nada lo era todo, jugando al despiste, como si el tema no fuese con nosotros; mostrándole al mundo nuestra mejor sonrisa y temblando por dentro.
Así andábamos, fingiendo… y los dos con estas ganas. Y con estos peros. Creo que la vida nos vino grande… o quizá fuimos nosotros quienes nos tornamos diminutos, granos de arena deslizándose lentamente dentro de un reloj incomprensible. Y así andábamos, mitad dormidos, mitad activos. Un pulso continuo de peros entre el mayor miedo y la mejor fantasía.
Asustados ya no de fracasar, muriendo de miedo sólo de pensar en intentarlo. Nos faltó coraje y nos faltó valor. Se nos escapó una conversación que dejamos a medias… Se nos escaparon muchas cosas. Hasta que me decidí y escribí una postal, con el remitente bien clarito, sin whatsapps, ni emails de turno, la ocasión lo merecía: “El “pero” es la palabra más puta que conozco. “Te quiero, pero…”; “podría ser, pero”; “no es grave, pero…”. ¿Se da cuenta? Una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era, o lo que podría haber sido, pero no es.” (El secreto de sus ojos)
Fría como el invierno. Agradable como un cálido amanecer de verano. Calculadora, hasta del más mínimo detalle. Distante con los que se quedaron atrás por puro orgullo y egoísmo. Independiente y solitaria, sumida en el mar de dudas y pensamientos que recorren cada rincón de mi cabeza.
He cambiado. El tiempo pone a cada uno en su lugar. Experiencias. Retos. Metas. No soy la misma. A medida que pasa el tiempo, mi interior se llena de cicatrices. De heridas del ayer, invisibles al ojo humano. Pero también de recuerdos. La firmeza de mis pasos retumba en cada terreno que frecuento. Marcando el ritmo. Ideas claras. Impulsiva. Me invaden las ganas de empezar de cero. Aquí. O allí. Sola. O acompañada. Lejos. Con lluvia. Con sol. Entre montañas. O acariciada por las olas del mar. Tumbada en la arena. En el fin del mundo. Espíritu aventurero. Sin rumbo. Sin brújula. Fiel a mis instintos. Emprender viajes. Luchar por alcanzar el horizonte. Tirar hacia adelante. Dejarme llevar. Caer. Volverme a levantar. Soñar. Abrazar. Sentir. Echar de menos. Correr. Saltar. Besar. Querer. Amar. Probar cosas nuevas. Hallar la felicidad.
He reído. He abrazado y me he sentido llena en todos los
aspectos. He sonreído. He sentido cosas que jamás había alcanzado sentir en mi
vida. He apostado y arriesgado. He caído y me he levantado. He perdonado. Me he
equivocado y aprendido grandes lecciones. He querido, he seguido queriendo y
dejado de querer. He besado. He llorado, he gritado de rabia y he echado de
menos. Pero aquí estamos, a 31 de diciembre de 2014, con la vida totalmente
cambiada pero viva, contenta con las decisiones tomadas este tiempo atrás.
Quiero agradeceros a todos y cada uno de los que habéis
compartido conmigo el año 2014. Agradecer los pequeños detalles, esos que hacen
las grandes cosas. Los que estuvieron en los momentos buenos y no tan buenos,
aportando grandes palabras, aconsejando hasta el último momento. Gracias a los
que siguen en mi vida a día de hoy, alegrándome cada segundo, y a los que se
fueron, que aunque ya no estén presentes hubo un tiempo atrás en el que también acertaron en eso de dibujarme una sonrisa y seguirán siendo siempre personas importantes para mí. Espero que tengáis todos un grandísimo comienzo
de año. Aprovechad cada una
de las oportunidades que se os presenten desde el segundo uno, haced lo que os apetezca en cada momento y si tenéis un
sueño, algo que os guste con todo vuestro ser, id a por ello sin mirar atrás.
Si os hace feliz, merecerá la pena.
Es triste. Melancólico. Te envuelve en un sentimiento de rabia. Poder y no querer. O querer y no poder.
Tantos planes improvisados, a última hora. Recorrerse el mundo en globo como escribió Julio Verne, pero no en ochenta días sino, durante una vida entera. Viajar a playas desiertas, paradisíacas, bailar con las olas bajo el manto de estrellas, bajo la luz de la luna. Tantas sonrisas dibujadas en los rostros, como si fuésemos niños pequeños. Tantas cosas sin decirnos, silenciadas por el miedo, por la cobardía de no abrir el baúl de sentimientos, cerrado con llave, de permitirles volar en un estado de libertad donde nos incitaran a dejarnos llevar. Tantas caricias dadas, punteando lunares en su espalda, erizando hasta el último vello de su suave y delicada piel. Tantos besos que se quedaron sin dueño, donde sus labios ansían el roce de los suyos a pesar de reprimirse el deseo. Y no será por falta de tiempo. Jodida estupidez humana. Es por falta de querer comerse hasta el último rincón del mundo. Por falta de motivación. Por querer rendirse demasiado pronto en vez de seguir apostando por lo que realmente sabes que merecerá la pena. Por no querer luchar por sus sueños. Por los deseos, visibles en sus ojos cada vez que ella le roza, le abraza o besa su mejilla. ¿Por falta de ilusión entonces tal vez? No lo sé. Pero las ganas invaden cada recoveco de su ser. Y ambos lo saben. Sus palabras una vez tuvieron la misma cohesión, sus labios encontraron la coherencia exacta con el simple y tierno roce y la adecuación que la situación ofrecía. La atracción fue, es y será siendo palpable. Aunque últimamente el orgullo se encuentra haciendo mella, por ponerle algún nombre a esa traba, a ese problema, a ese obstáculo que muchos llaman, entre otros términos, distancia. Está haciendo su papel a la perfección. Y terminó el acto hace tiempo. Hace días. Hace semanas. Alguien me dijo una vez que si tenía un sueño que no dejara que nada ni nadie me lo arrebatara, que luchara por él como si no hubiese un mañana. Porque reprimir el deseo, las ganas, dejar que las palabras de otros te influyan son algunas de las peores decisiones que el ser humano puede tomar. Debemos seguir lo que nuestro propio instinto nos diga. Guiarnos por lo que nuestro corazón desea. Hallando así la felicidad que de otra forma no encontraríamos.
¿Recuerdas aquel día? ¿El último que estuvimos juntos? Te mentí.
¿Por qué miente la gente? Por miedo. Locura. O crueldad. Hay un millón de motivos para mentir. Aunque, a veces, la mentira es tan grande que cambia tu vida. A veces es tan grande que luego te hace pensar que darías lo que fuera por tener la oportunidad de arreglar las cosas. Una oportunidad para cambiarlas.
En la avenida de los sueños rotos, dirección hacia tus caderas, hablan de reencuentros con las esperanzas, con los recuerdos del ayer. Susurros en caricias. A gritos lo piden. De besos sin dueño. De noches en vela. Refugiándonos en el miedo. A flor de piel. Cobardía como regla general. Robándonos las ganas. Perdiendo oportunidades. Escapándose el mundo. El tiempo entre nuestros dedos. Anhelando sonrisas. Curvaturas corporales, adictivas. Gestos de emoción. De goce. De desesperación. De alegría. De tristeza. De negación. De ganas de todo. De comernos cada centímetro de nuestra anatomía. Nos sobran las ganas. Nos faltan impulsos. Nos falta valor. Incoherencia. Sin sentido. Aquí y ahora. O, quizá, nunca. Expectante. A la deriva. Sin rumbo aparente. Nerviosismo en cada suspiro. Fuego en cada mirada. En cada roce. El día a día de un imposible. De un improbable. De una tentación constante. La de sus labios.
Nuevo día. Nuevas ilusiones. Nuevos retos. Nuevos sueños. Nuevos caminos. Nuevas direcciones. Nuevas heridas. Abiertas. O a medio cicatrizar. Por olvidar. O por recordar. Pero, al fin y al cabo, huellas del pasado. Del presente. O de un futuro incierto. No quedarse atrapado en un tiempo que ya pasó y que no vuelve, ni darle demasiada importancia a un futuro del cual no sabemos absolutamente nada. Es un acertijo. Un rompecabezas. Tirar hacia delante es el camino. Vivir el día a día. Mantenerse fuerte frente a los problemas. Las dudas. Los obstáculos. Luchar por todos y cada unos de nuestros sueños. Nuestras metas.
Atardecer de verano. Ella. Solitaria. El agua acaricia sus pies. Una botella de alcohol fría, sujetada por sus finos dedos, para callar con cada trago sus recuerdos. No quita su mirada de un punto fijo. Del mar, supongo. Tranquilo y azul, disfraza el horizonte, dotándolo de una belleza incondicional. El sol calienta con sus últimos rallos su suave piel. La arena baila al ritmo del viento. Corre de aquí para allá, creando dunas desérticas. Las olas rompen en la orilla. Al igual que ella rompió con su rutina. Con lo que le hacía feliz. En un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Suspira. Da otro trago. Uno tras otro. Parece de piedra. Inmóvil. Sumida en sus pensamientos. No parpadea. Sólo se puede distinguir una lágrima naciendo en sus brillantes y verdosos ojos. Se desliza. Poco a poco. Recorre cada centímetro de su rostro. Se detiene en su barbilla. Como si no pudiera mantenerse más, se deja caer. Se precipita contra el suelo. Ahí va un recuerdo. O cien. Sólo ella lo sabe. Un sentimiento de rabia y dolor le impulsan a beberse media botella de un trago. Se había prometido no llorar más. No desperdiciar más lágrimas. Ni una. Esa se le escapó. ¿Por qué? Lo necesitaba. Desde hacía días, su corazón gritaba en silencio como se sentía. Dolor. Rabia. Tristeza. Sentimientos desordenados. Todo es un rompecabezas. Sus recuerdos y sentimientos, las piezas. De las veinticuatro horas que tiene un día, ella emplea sólo el último minuto en recordar sus besos. No puede evitarlo. Ha perdido el único motivo que le hacía sonreír. Respira hondo. Se termina la botella y la deja en la arena. Se levanta y se pasea por la orilla.
Casi ha anochecido. La luna se dibuja en el cielo. Las estrellas comienzan a brillar en el firmamento. El sol se esconde. Por hoy ha terminado su jornada. La brisa marina acaricia su piel y juguetea con su pelo. Sabe que tiene que borrar todo recuerdo de su mente, al igual que el agua hace desaparecer, poco a poco, sus huellas marcadas en la húmeda arena. Tiene que dejarlo ir. Sus caricias, sus pecas, sus cosquillas, su sonrisa. Cada segundo a su lado. Todo. Quiere pero no puede. O, tal vez, puede pero no quiere. Y por eso mantiene la esperanza. No la pierde. Ella aquí, disfrazando su tristeza con una sonrisa. Escondiéndose para llorar. Diciendo que todo va muy bien, cuando sabe que le sigue queriendo como el primer día. ¿Él? Igual. En menor medida, tal vez. Quizá esté tirado en alguna playa o de camino al fin del mundo. Ella no puede hacer nada para saberlo. Sólo le queda seguir adelante. No esperar nada. No ilusionarse. Dicen que el tiempo lo decide todo. Aunque también dicen que el tiempo no decide nada.
Ha pasado una hora. Es totalmente de noche. Hace frío. Recoge la botella. Suspira y sonríe. Mirando a la luna se promete para sí misma que, de ahora en adelante, tendrá motivos para volver a sonreír. Porque está segura de que, esté donde esté, él dedica un minuto o más al día en pensar en todos los momentos increíbles que pasaron juntos.
''A veces no es el final. A veces solo es un punto y aparte.''
A altas horas de la madrugada,
en mitad de una noche de invierno, el silencio que recorría cada una de las
esquinas y recovecos de la habitación, llegaba a su fin.
Un mensaje formado por palabras
sencillas y, a la vez, tan llenas de significado, susurradas lentamente en mi oído,
se escapan de entre tus finos y dulces labios. Esos ojos color miel tuyos, tan únicos
y profundos, me preguntan con la mirada y yo te respondo nerviosa, con una tímida
y alegre sonrisa, lo que mi corazón calla. Punteo de tus dedos sobre mi espalda,
contando uno a uno los lunares que la disfrazan, y todo ello acompañado de
tiernas caricias que erizan, poco a poco, el vello que cubre mi piel blanca. Abrazos
con sabor a no te quiero perder nunca, transmisores de una inmensa seguridad. El
tacto cálido de tu piel contra la mía de porcelana, bajo las sábanas que dan
vida a nuestra cama, inmenso rincón de recuerdos y secretos. Y el roce de
nuestros tiernos labios, sumergiéndonos en un beso capaz de acelerar a más de
mil por hora los latidos del corazón, congelando el tiempo...
Cara o cruz. Echar a volar. Caer al vacío o dejarme llevar. No hay un cómo ni un por qué. No hay nada más que ver para creer. Solo ganas de verte crecer. De verte sonreír otra vez.
Me encanta el susurro del frío viento en las tardes de invierno. Por cada una de sus calles. Vestidas de tenues luces. Anunciando esperanza. Regalando ilusión. Sus rincones inconfesables, donde el amor fluye en el ambiente, embriagando cada uno de los sentidos. El encanto de su gente. Las prisas por no llegar tarde. De aquí para allá. Las ganas de luchar por todos y cada uno de nuestros sueños. De comernos el mundo. De disfrutar de los pequeños detalles, esos que hacen las grandes cosas. De echarle ganas al día a día. A la vida. Solo tú consigues enamorarme de esta manera. Lady Madrid, me tienes ganada.
Adiós a los abrazos de sus tiernos labios. Al cálido sentimiento en pleno invierno, perdido entre sus piernas. Soy capitán de esta historia, a la deriva en un mar de recuerdos, sin rumbo, sin norte, sin sur, ni este ni oeste. En busca de un puerto en el que atracar y dejar atrás cada una de las caricias que bailaban por mi fina piel, rozando todos y cada uno de los lunares que disfrazan mi triste figura. Esperando una nueva musa en la que apoyarme y a la que dedicar cada uno de mis delirios, de mis locas palabras, de mis versos. Soy capitán de este barco al que llaman vida, que lucha por descubrir ese nuevo mundo del que tanto hablan las lenguas. Ese mundo denominado felicidad.
Era de noche, y el gélido aire acariciaba su rostro. Como fondo, la
preciosa ciudad de Madrid iluminada. Sentado en el marco de su ventana
mientras contaba las escasas y diminutas estrellas que se podían divisar
en el cielo, se liaba cuidadosamente, entre escalofríos, un cigarrillo.
El primero en meses. Pensaba que la nicotina le aliviaría y que podría
ayudarle a aclarar un poco las ideas. En cuestión de segundos, un mar de
pensamientos creados desde hacía meses, inundaron su cabeza. Dio una
calada tan grande, que consumió medio cigarrillo en un segundo, llenando
sus pulmones completamente de humo. Luego respiró tranquilo y lo
expulsó. Tiró la ceniza sobrante, miró de nuevo fijamente al cielo y se
paró a pensar. Sabía qué era lo que quería. La quería a ella, en ese
preciso momento, a su lado. Quería abrazarla, escuchar el latir
acelerado de su corazón al tumbarse sobre su pecho. Hacía días que no
sentía el contacto de su piel y ya lo echaba de menos. Cada beso de sus
finos labios, cada mirada suya al despertar, cada sonrisa dibujada en su
rostro, cada caricia... Los mensajes de ''te echo de menos'', los ''buenos días pequeña''
de cada mañana, los desayunos en la cama con tostadas untadas con
mermelada y café, los besos de buenas noches, las risas de madrugada,
los juegos entre las sábanas... Se habían convertido en algo
indispensable, en una droga que necesitaba para vivir, para respirar,
para ayudarle a levantarse con ganas cada día. Ella se había convertido
en su nicotina.
Es
una forma de evasión. De olvidar todo lo que hay ahí fuera. Adiós a la
gran ciudad. Bienvenida sea la libertad. Las risas hasta las tantas de
la mañana, sin darnos cuenta del pasar de las horas, acompañadas con
algún que otro trago. Cerveza si puede ser, combinándola con alguna
calada de ese piti que encaja perfectamente en momentos como este.
Pensar. Sonreír. Y sentirme afortunada por tener todo lo que tengo a mi
lado. Alejarse de esa cruda realidad. De los problemas. De las prisas.
De las obligaciones. Es un lugar único. Es especial. Mirar al horizonte.
Respirar y sentirte libre. Detener el tiempo. Que yo me quedo aquí.