A altas horas de la madrugada,
en mitad de una noche de invierno, el silencio que recorría cada una de las
esquinas y recovecos de la habitación, llegaba a su fin.
Un mensaje formado por palabras
sencillas y, a la vez, tan llenas de significado, susurradas lentamente en mi oído,
se escapan de entre tus finos y dulces labios. Esos ojos color miel tuyos, tan únicos
y profundos, me preguntan con la mirada y yo te respondo nerviosa, con una tímida
y alegre sonrisa, lo que mi corazón calla. Punteo de tus dedos sobre mi espalda,
contando uno a uno los lunares que la disfrazan, y todo ello acompañado de
tiernas caricias que erizan, poco a poco, el vello que cubre mi piel blanca. Abrazos
con sabor a no te quiero perder nunca, transmisores de una inmensa seguridad. El
tacto cálido de tu piel contra la mía de porcelana, bajo las sábanas que dan
vida a nuestra cama, inmenso rincón de recuerdos y secretos. Y el roce de
nuestros tiernos labios, sumergiéndonos en un beso capaz de acelerar a más de
mil por hora los latidos del corazón, congelando el tiempo...
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