Era de noche, y el gélido aire acariciaba su rostro. Como fondo, la
preciosa ciudad de Madrid iluminada. Sentado en el marco de su ventana
mientras contaba las escasas y diminutas estrellas que se podían divisar
en el cielo, se liaba cuidadosamente, entre escalofríos, un cigarrillo.
El primero en meses. Pensaba que la nicotina le aliviaría y que podría
ayudarle a aclarar un poco las ideas. En cuestión de segundos, un mar de
pensamientos creados desde hacía meses, inundaron su cabeza. Dio una
calada tan grande, que consumió medio cigarrillo en un segundo, llenando
sus pulmones completamente de humo. Luego respiró tranquilo y lo
expulsó. Tiró la ceniza sobrante, miró de nuevo fijamente al cielo y se
paró a pensar. Sabía qué era lo que quería. La quería a ella, en ese
preciso momento, a su lado. Quería abrazarla, escuchar el latir
acelerado de su corazón al tumbarse sobre su pecho. Hacía días que no
sentía el contacto de su piel y ya lo echaba de menos. Cada beso de sus
finos labios, cada mirada suya al despertar, cada sonrisa dibujada en su
rostro, cada caricia... Los mensajes de ''te echo de menos'', los ''buenos días pequeña''
de cada mañana, los desayunos en la cama con tostadas untadas con
mermelada y café, los besos de buenas noches, las risas de madrugada,
los juegos entre las sábanas... Se habían convertido en algo
indispensable, en una droga que necesitaba para vivir, para respirar,
para ayudarle a levantarse con ganas cada día. Ella se había convertido
en su nicotina.