¿Recuerdas aquel día? ¿El último que estuvimos juntos? Te mentí.
¿Por qué miente la gente? Por miedo. Locura. O crueldad. Hay un millón de motivos para mentir. Aunque, a veces, la mentira es tan grande que cambia tu vida. A veces es tan grande que luego te hace pensar que darías lo que fuera por tener la oportunidad de arreglar las cosas. Una oportunidad para cambiarlas.
En la avenida de los sueños rotos, dirección hacia tus caderas, hablan de reencuentros con las esperanzas, con los recuerdos del ayer. Susurros en caricias. A gritos lo piden. De besos sin dueño. De noches en vela. Refugiándonos en el miedo. A flor de piel. Cobardía como regla general. Robándonos las ganas. Perdiendo oportunidades. Escapándose el mundo. El tiempo entre nuestros dedos. Anhelando sonrisas. Curvaturas corporales, adictivas. Gestos de emoción. De goce. De desesperación. De alegría. De tristeza. De negación. De ganas de todo. De comernos cada centímetro de nuestra anatomía. Nos sobran las ganas. Nos faltan impulsos. Nos falta valor. Incoherencia. Sin sentido. Aquí y ahora. O, quizá, nunca. Expectante. A la deriva. Sin rumbo aparente. Nerviosismo en cada suspiro. Fuego en cada mirada. En cada roce. El día a día de un imposible. De un improbable. De una tentación constante. La de sus labios.
Nuevo día. Nuevas ilusiones. Nuevos retos. Nuevos sueños. Nuevos caminos. Nuevas direcciones. Nuevas heridas. Abiertas. O a medio cicatrizar. Por olvidar. O por recordar. Pero, al fin y al cabo, huellas del pasado. Del presente. O de un futuro incierto. No quedarse atrapado en un tiempo que ya pasó y que no vuelve, ni darle demasiada importancia a un futuro del cual no sabemos absolutamente nada. Es un acertijo. Un rompecabezas. Tirar hacia delante es el camino. Vivir el día a día. Mantenerse fuerte frente a los problemas. Las dudas. Los obstáculos. Luchar por todos y cada unos de nuestros sueños. Nuestras metas.
Atardecer de verano. Ella. Solitaria. El agua acaricia sus pies. Una botella de alcohol fría, sujetada por sus finos dedos, para callar con cada trago sus recuerdos. No quita su mirada de un punto fijo. Del mar, supongo. Tranquilo y azul, disfraza el horizonte, dotándolo de una belleza incondicional. El sol calienta con sus últimos rallos su suave piel. La arena baila al ritmo del viento. Corre de aquí para allá, creando dunas desérticas. Las olas rompen en la orilla. Al igual que ella rompió con su rutina. Con lo que le hacía feliz. En un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Suspira. Da otro trago. Uno tras otro. Parece de piedra. Inmóvil. Sumida en sus pensamientos. No parpadea. Sólo se puede distinguir una lágrima naciendo en sus brillantes y verdosos ojos. Se desliza. Poco a poco. Recorre cada centímetro de su rostro. Se detiene en su barbilla. Como si no pudiera mantenerse más, se deja caer. Se precipita contra el suelo. Ahí va un recuerdo. O cien. Sólo ella lo sabe. Un sentimiento de rabia y dolor le impulsan a beberse media botella de un trago. Se había prometido no llorar más. No desperdiciar más lágrimas. Ni una. Esa se le escapó. ¿Por qué? Lo necesitaba. Desde hacía días, su corazón gritaba en silencio como se sentía. Dolor. Rabia. Tristeza. Sentimientos desordenados. Todo es un rompecabezas. Sus recuerdos y sentimientos, las piezas. De las veinticuatro horas que tiene un día, ella emplea sólo el último minuto en recordar sus besos. No puede evitarlo. Ha perdido el único motivo que le hacía sonreír. Respira hondo. Se termina la botella y la deja en la arena. Se levanta y se pasea por la orilla.
Casi ha anochecido. La luna se dibuja en el cielo. Las estrellas comienzan a brillar en el firmamento. El sol se esconde. Por hoy ha terminado su jornada. La brisa marina acaricia su piel y juguetea con su pelo. Sabe que tiene que borrar todo recuerdo de su mente, al igual que el agua hace desaparecer, poco a poco, sus huellas marcadas en la húmeda arena. Tiene que dejarlo ir. Sus caricias, sus pecas, sus cosquillas, su sonrisa. Cada segundo a su lado. Todo. Quiere pero no puede. O, tal vez, puede pero no quiere. Y por eso mantiene la esperanza. No la pierde. Ella aquí, disfrazando su tristeza con una sonrisa. Escondiéndose para llorar. Diciendo que todo va muy bien, cuando sabe que le sigue queriendo como el primer día. ¿Él? Igual. En menor medida, tal vez. Quizá esté tirado en alguna playa o de camino al fin del mundo. Ella no puede hacer nada para saberlo. Sólo le queda seguir adelante. No esperar nada. No ilusionarse. Dicen que el tiempo lo decide todo. Aunque también dicen que el tiempo no decide nada.
Ha pasado una hora. Es totalmente de noche. Hace frío. Recoge la botella. Suspira y sonríe. Mirando a la luna se promete para sí misma que, de ahora en adelante, tendrá motivos para volver a sonreír. Porque está segura de que, esté donde esté, él dedica un minuto o más al día en pensar en todos los momentos increíbles que pasaron juntos.
''A veces no es el final. A veces solo es un punto y aparte.''
A altas horas de la madrugada,
en mitad de una noche de invierno, el silencio que recorría cada una de las
esquinas y recovecos de la habitación, llegaba a su fin.
Un mensaje formado por palabras
sencillas y, a la vez, tan llenas de significado, susurradas lentamente en mi oído,
se escapan de entre tus finos y dulces labios. Esos ojos color miel tuyos, tan únicos
y profundos, me preguntan con la mirada y yo te respondo nerviosa, con una tímida
y alegre sonrisa, lo que mi corazón calla. Punteo de tus dedos sobre mi espalda,
contando uno a uno los lunares que la disfrazan, y todo ello acompañado de
tiernas caricias que erizan, poco a poco, el vello que cubre mi piel blanca. Abrazos
con sabor a no te quiero perder nunca, transmisores de una inmensa seguridad. El
tacto cálido de tu piel contra la mía de porcelana, bajo las sábanas que dan
vida a nuestra cama, inmenso rincón de recuerdos y secretos. Y el roce de
nuestros tiernos labios, sumergiéndonos en un beso capaz de acelerar a más de
mil por hora los latidos del corazón, congelando el tiempo...
Cara o cruz. Echar a volar. Caer al vacío o dejarme llevar. No hay un cómo ni un por qué. No hay nada más que ver para creer. Solo ganas de verte crecer. De verte sonreír otra vez.
Me encanta el susurro del frío viento en las tardes de invierno. Por cada una de sus calles. Vestidas de tenues luces. Anunciando esperanza. Regalando ilusión. Sus rincones inconfesables, donde el amor fluye en el ambiente, embriagando cada uno de los sentidos. El encanto de su gente. Las prisas por no llegar tarde. De aquí para allá. Las ganas de luchar por todos y cada uno de nuestros sueños. De comernos el mundo. De disfrutar de los pequeños detalles, esos que hacen las grandes cosas. De echarle ganas al día a día. A la vida. Solo tú consigues enamorarme de esta manera. Lady Madrid, me tienes ganada.
Adiós a los abrazos de sus tiernos labios. Al cálido sentimiento en pleno invierno, perdido entre sus piernas. Soy capitán de esta historia, a la deriva en un mar de recuerdos, sin rumbo, sin norte, sin sur, ni este ni oeste. En busca de un puerto en el que atracar y dejar atrás cada una de las caricias que bailaban por mi fina piel, rozando todos y cada uno de los lunares que disfrazan mi triste figura. Esperando una nueva musa en la que apoyarme y a la que dedicar cada uno de mis delirios, de mis locas palabras, de mis versos. Soy capitán de este barco al que llaman vida, que lucha por descubrir ese nuevo mundo del que tanto hablan las lenguas. Ese mundo denominado felicidad.
Era de noche, y el gélido aire acariciaba su rostro. Como fondo, la
preciosa ciudad de Madrid iluminada. Sentado en el marco de su ventana
mientras contaba las escasas y diminutas estrellas que se podían divisar
en el cielo, se liaba cuidadosamente, entre escalofríos, un cigarrillo.
El primero en meses. Pensaba que la nicotina le aliviaría y que podría
ayudarle a aclarar un poco las ideas. En cuestión de segundos, un mar de
pensamientos creados desde hacía meses, inundaron su cabeza. Dio una
calada tan grande, que consumió medio cigarrillo en un segundo, llenando
sus pulmones completamente de humo. Luego respiró tranquilo y lo
expulsó. Tiró la ceniza sobrante, miró de nuevo fijamente al cielo y se
paró a pensar. Sabía qué era lo que quería. La quería a ella, en ese
preciso momento, a su lado. Quería abrazarla, escuchar el latir
acelerado de su corazón al tumbarse sobre su pecho. Hacía días que no
sentía el contacto de su piel y ya lo echaba de menos. Cada beso de sus
finos labios, cada mirada suya al despertar, cada sonrisa dibujada en su
rostro, cada caricia... Los mensajes de ''te echo de menos'', los ''buenos días pequeña''
de cada mañana, los desayunos en la cama con tostadas untadas con
mermelada y café, los besos de buenas noches, las risas de madrugada,
los juegos entre las sábanas... Se habían convertido en algo
indispensable, en una droga que necesitaba para vivir, para respirar,
para ayudarle a levantarse con ganas cada día. Ella se había convertido
en su nicotina.
Es
una forma de evasión. De olvidar todo lo que hay ahí fuera. Adiós a la
gran ciudad. Bienvenida sea la libertad. Las risas hasta las tantas de
la mañana, sin darnos cuenta del pasar de las horas, acompañadas con
algún que otro trago. Cerveza si puede ser, combinándola con alguna
calada de ese piti que encaja perfectamente en momentos como este.
Pensar. Sonreír. Y sentirme afortunada por tener todo lo que tengo a mi
lado. Alejarse de esa cruda realidad. De los problemas. De las prisas.
De las obligaciones. Es un lugar único. Es especial. Mirar al horizonte.
Respirar y sentirte libre. Detener el tiempo. Que yo me quedo aquí.
Me dicen que sea fuerte, que
lo ignore y lo deje pasar. Que ahorre lágrimas, que con estos tiempos
no estamos para andar gastando y menos en sentimientos. Que vendrán
tiempos mejores. Pero caigo, una y otra vez, porque sé, que a pesar de todos los contratiempos ha habido increíbles momentos y sé que lo
necesito... Una buena dosis de abrazos, una tímida sonrisa o un beso
lento y dulce de sus labios, de los que erizan la piel, de los que
siempre sabrán como el primero.
Quería acabar con todo. Poner punto y final a esta historia. A este ni
contigo ni sin ti. Pero me doy cuenta de que no puedo. Que los sin
sentido son difíciles, enrevesados. Pero me gusta
complicarme la vida. Arriesgar. Que los imposibles existen y creo que me he
encontrado con uno. De cara y de frente miro al miedo porque sé que lo que realmente merece la pena siempre será
duro y difícil de alcanzar. ¿Que pretenden, que fuerce a mi corazón a
que sienta otra cosa, a olvidar todo lo vivido, a dejar de pensar que hay posibilidades de que esa sonrisa siga formando parte de mi día a día y a mi cabeza a modificar su pensamiento,
reestructurar mi sentido y mi conciencia a base de ideas contrarias de lo
que siento, de lo que solo ella es capaz de transmitirme? Ojalá se pase
pronto lo malo. Nos olvidemos de lo que no podrá ser, de las dudas, de las diferencias y pensemos exclusivamente en lo que es, en lo que sentimos, en lo que necesitamos en este preciso momento.
Si todos los caminos llevan a
Roma, ¿cómo se sale de Roma? A veces pensamos demasiado y sentimos muy poco. Mi
abuelo siempre decía que si alguien quiere seriamente formar parte de tu vida, hará
lo imposible por estar en ella, aunque en cierto modo perdamos entre pantallas
el valor de las miradas, olvidando que cuando alguien nos dedica su tiempo, nos
está regalando lo único que no recuperará jamás. Y es que la vida son momentos,
¿sabes? Que ahora estoy aquí y mañana… Mañana no lo sé, así que quería decirte
que si alguna vez quieres algo, si quieres algo de verdad, ve por ello sin
mirar atrás, mirando al miedo de frente y a los ojos, entregándolo todo y dando
el alma, sacando al niño que llevas dentro, ese que cree en los imposibles y
que daría la luna por tocar una estrella. Así que no sé qué será de mi mañana,
pero este sol siempre va a ser el mismo que el tuyo. Que los amigos son la
familia que elegimos y yo te elijo a ti, te elijo a ti por ser dueño de las
arrugas que tendré en los labios de vieja, que apuesto fuerte por todos estos
años a tu lado, por las noches en vela, las fiestas, las risas, los secretos y
los amores del pasado, tus abrazos, así porque sí sin venir a cuento ni tener por
qué celebrar algo. Y es que en este tiempo me he dado cuenta de que los
pequeños detalles son los que hacen las grandes cosas y que tú has hecho
infinito mi límite. Así que te doy las gracias por ser la única persona capaz
de hacerme llorar riendo, por aparecer en mi vida con esa sonrisa loca, con ese
brillo en los ojos capaz de pelearse con un millón de tsunamis. Así que no, no
sé donde estaremos dentro de 10 años, ni se cómo se sale de Roma, no te puedo
asegurar nada, pero te prometo que pase lo que pase, estés donde estés, voy a
acordarme de ti toda la vida y por eso mi luna va a estar siempre contigo. Porque
tú me enseñaste a vivir cada día como el primer día del resto de mi vida y eso,
eso no lo voy a olvidar nunca.
Por
aquí me he vuelto a dejar caer. Y me he perdido entre recuerdos del
ayer. En tardes de otoño, donde el frío acariciaba nuestra cara y el
mundo se paraba a nuestros pies. Cerveza de por medio. Compañía
increíble. ¿Qué más se puede pedir? Una sonrisa traviesa se esconde tras esa
bocanada de humo sabor a nicotina. Seguida de un beso sincero de esos
que no se olvidan. Que sensación tan jodidamente buena. Que alguien
detenga el tiempo, que yo me bajo aquí.
''Si el mundo esta del revés habrá que buscar cordura y una pizca de locura para saber quererte más.''
2013.
Un año inolvidable. Lleno de gente increíble. Reencuentros. Viajes
inolvidables. Unos se van. Otros se quedan. Tontear. Probar nuevas
experiencias. Gustar. Querer. Amar. Perder. Recordar. Echar de menos.
Llorar. Sonreír. Volver a empezar. Hacer locuras. Arriesgar. Tropezar y
volverse a levantar. Soñar. Miles de momentos. Todos y cada uno de ellos
únicos. Gracias a todos y cada uno de los que habéis formado parte de
mi 2013. Tanto a los que estáis a mi lado como a los que no. Un año que
termina. Otro que comienza y seguro que estará lleno de experiencias y
de nuevas oportunidades y, sobre todo, de felicidad. Disfrutémoslo, cada
segundo. ¡Feliz año nuevo!
Madrugada. Una pesadilla interrumpe mi sueño. Abro los ojos. Despacito. Con dificultad. Al despertarme compruebo que el mal sueño confirma la realidad. Tan solo son recuerdos y un hueco vacío junto a mí, en mi cama. Soledad. Frío contacto de mis pies con las sábanas. Cama doble para uno. Para mí. Bueno, y para mis lágrimas y algún que otro amante pasajero sin importancia. De esos que te hacen disfrutar pero sin sentimientos de por medio. Imposible conciliar el sueño. Me levanto y mis piernas me llevan directa a esa caja llena de recuerdos. De mensajes. De sonrisas. De felicidad. Cerrados todos ellos bajo llave. ¿Sellar el pasado y continuar en presente? o ¿soñar con el pasado y olvidar por unos minutos la realidad? Opto por reabrir heridas. ¿Por qué? No lo sé. Supongo que necesito recordar por un instante cómo se dibujaba su sonrisa cuando estaba a escasos centímetros de su boca.
No creo que todo sea dolor. Hay que tener valor para volver a mirar a los ojos de lo que en otro tiempo te hizo feliz cada instante de tu día a día y sonreírle con todas tus fuerzas, demostrándole que ya no te hace falta. Que desapareció. Hacerle ver que para ti ya no existe. Aunque por dentro mueras de ganas por besar sus labios. Así de tonto es el ser humano. Prefiere sufrir de dolor que luchar por lo que más desea en ese instante, en ese momento. A veces hay que arriesgarse para poder ganar. Sin dolor no hay victoria. A veces hay que tropezarse mil veces antes de poder darnos cuenta de que a quien más queremos lleva esperándonos desde hace mucho tiempo y nosotros aquí, sin darnos cuenta. Quizá necesitemos un empujón, comernos el orgullo, levantar la cabeza y darnos cuenta de que sí, seguimos sintiendo lo mismo que el primer día que cruzamos nuestras miradas.
''Nunca es tarde para volver a empezar. Tanto en la amistad como en el amor''
Una nublada tarde de noviembre. El
suelo teñido de marrón. Las hojas descansan sobre él. Otoño. Más de las seis.
El sol se esconde. El cielo se tiñe de color rojizo. Las calles se cubren de
luces. De vida. Y sus gentes corriendo de aquí para allá. De un lado para otro.
Persiguiendo sus sueños. En medio de aquella carrera estoy yo. Música en modo
aleatorio. Las palabras, la melodía que sale de cada canción invade mis oídos.
Me encuentro en un sueño. Estoy en mi propia burbuja. Aislada del mundo. Una mano escondida en el bolsillo del pantalón. La otra jugueteando con un cigarrillo. Mentolado para ser exactos. Paso ligero. Un pie tras otro. Una calada de nicotina. Mirada baja. Dejo escapar de entre mis labios como si fuera un último aliento aquel humo gris que invadía mis pulmones. ¿Mi cabeza?
En cualquier otro lado menos en su sitio. ¿Por qué? Preguntárselo a mis
recuerdos, a mis pensamientos. Ójala fuese pasado u ójala no... Ayer prometí
llevarte al cielo, perdernos por Madrid. Hoy estoy sola, guiándome por mis propios pies,
paso a paso, hacia adelante, nuevo rumbo, nueva dirección, nuevo destino.
Prometí hacerte sonreír y, sin embargo, hoy me quedo con el recuerdo de tu
sonrisa. Detener el tiempo con tan solo un beso de tus labios y hoy lo detengo
tan solo porque quiero dormir y soñar un par de minutos más. Quise dormir sobre tu pecho
caliente, sentir tu piel y escuchar el latido de tu corazón. Hoy me acompaña mi
fría almohada y el tic tac del pasar de las horas. Se me ovlidaba una cosa. Lo
más importante. Que tú ya no me querías a tu lado. Que ya no querías que fuese
tus buenos días de cada mañana. Ni tus buenas noches de cada anochecer. Olvidé
que el café y las tostadas con mermelada recién hechas que siempre te preparaba y te llevaba a la cama, hoy se enfrían sobre mi
mesa. Que los juegos entre las sábanas de cada noche hoy se limitan en
encontrar la parte más caliente de la cama. Mi día a día se resume en eso. En
que tú no estás allí. Ya no. Olvidé la rutina. Nuestra rutina. Pero por lo menos puedo decir que tengo tu recuerdo. De cuando solíamos ser felices, de la mano, abrazándonos, besándonos. Fuiste una bonita casualidad que supo hacerme feliz y que no olvidaré jamás. Entre pensamiento y pensamiento, otra calada. Vuelvo al presente. El frío viento de noviembre, Madrid, sus gentes y yo. Recuerdos de lo que fue el ayer. De lo que fui tiempo atrás. Felicidad. Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Me siento afortunada por ser lo que soy ahora y por tener lo que tengo aquí, ahora, en este preciso momento. Vivo cada día, cada segundo al máximo como si fuera el último. Es día 14 de noviembre. Vivo en presente y me encanta. Definitivamente, yo me quedo aquí.